Lorca, 1983.

La mayor parte de los trabajos de Sergio Porlán se centran en generar un espacio de excepción, a través de los procedimientos del arte, para enfrentar al espectador a un mundo construido, artificioso y distanciado de la percepción cotidiana de las cosas, un lugar que pretende ser a la vez sensual, enigmático y crítico.

A través de la pintura, la escultura y la instalación, se generan contextos envolventes que hacen participar al espectador de una particular escenografía. El trabajo con medicamentos reales dispuestos sobre la superficie pictórica, vaporizadores, acumulaciones de plásticos, elementos de luz, superficies reflectantes u objetos encontrados como piedras o cristales, se ponen al servicio de una gramática particular, heterogénea y singular, que habla del artificio barroco, como si de un “memento mori” o vanitas se tratara.

Estos dispositivos  abordan la cuestión de la fragilidad, de la caducidad y de la enfermedad, síntomas de la sociedad contemporánea, propiciando una inmersión visual que ahonda en la naturaleza enigmática de los objetos artísticos y la evanescencia de los fenómenos de la naturaleza.

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